En 20.000 leguas de viaje submarino, de Julio Verne, la tripulación del Nautilus toma un descanso en su viaje para admirar una armada de bestias extrañas que flotan en la superficie, nadando hacia atrás gracias a un sifón que expulsa agua fuera de sus cuerpos. «Seis de sus ocho tentáculos eran largos, delgados, y flotaba en el agua, mientras que los otros dos se encontraban extendidos en forma de palma y se extendían al viento como ligeras velas», señala el narrador.

Pues bien, se trata de un animal real; un pulpo raro y extraño que nada por el océano abierto: el argonauta. Y no nos referimos a la magnífica y legendaria película de 1963, quizás pináculo en la carrera de Ray Harryhausen, “Jasón y los argonautas”. En el argonauta los brazos no actúan como velas, por mucho que persista esta creencia (de hecho, el nombre hace referencia a los argonautas, esos héroes griegos que navegaban hasta el confín del mundo viviendo de un sinfín de aventuras). El argonauta hembra los utiliza para formar lo que es sin duda una de las creaciones más bellas hechas por los animales en la Tierra, una concha muy delicada que utiliza no para protegerse a sí misma, sino para guarecer a sus crías de los peligros de la infinidad del mar. Para los machos, sin embargo, las cosas pintan tan bien como para ellas.

(Imagen ampliable) Imagen del argonauta macho y detalle del hectocótilo.

Increíblemente, las hembras poseen hasta 600 veces el peso de los diminutos machos, que llegan a medir menos de media pulgada de largo y nunca construyen conchas. De acuerdo con el biólogo marino James Wood, sin embargo, todavía hay mucho que no sabemos acerca de esta misteriosa criatura, y sus hábitos de apareamiento no son una excepción. Lo que sí sabemos es que cuando el macho y la hembra se aparean, el macho deja algo más detrás de sí, aparte de los espermatozoides, por supuesto. En concreto, se trata de un brazo especialmente adaptado denominado hectocótilo, «y contiene pequeñas ranuras por las que el esperma baja y entra en el oviducto de la hembra», dijo Wood. «Así que no es un pene. El pene se encuentra más o menos dentro del macho, pero utiliza el brazo de reproducción para transferir los espermatozoides dentro de la hembra.»

Cuando se distancia de ella, el brazo se separa y se queda con la hembra. No está claro si el macho muere después de la cópula, pero si sobrevive, el brazo probablemente volvería a crecer, ya que los pulpos resultan ser buenos regeneradores. Se han llegado a encontrar hembras incluso con múltiples hectocótilos en sus conchas de varios machos. Como era de esperar, este sexo extraño causó cierta confusión de los primeros observadores. El famoso naturalista de los siglos 18 y 19, Georges Cuvier, creyó que el hectocótilo se trataba de una especie de gusano parásito, e incluso le identificó partes como un tracto digestivo que ciertamente no estaba allí (el nombre hectocótilo significa «cosa hueca»).

Mientras que casi todas las especies de pulpo ponen sus huevos en grietas y cuevas, este nadador de alta mar no tiene ese lujo. A medida que crece, la hembra del argonauta construye continuamente su caparazón, tan delgado que se muestra translúcido, con esos brazos redondeados que secretan calcita. Cuando está lista para tener hijos, cuenta con una agradable cuna para ellos. «Para poder ponerlos en esta concha y que así estén protegidos del exterior», dijo Wood. «Y el pulpo puede hacerse cargo de ellos y criarlos y limpiarlos, asegurarse de que no hay parásitos, y oxigenarlos».

El siguiente vídeo muestra el raro hallazgo de un argonauta en una reserva natural en Sudáfrica. Esta persona, con bastante sentido común según se puede ver, únicamente sostiene al argonauta durante unos segundos, siempre debajo del agua y sin apenas hacer pinza con los dedos. Es decir, tratando en la medida de lo posible no estorbar ni estresar al animal. Una actitud a tener en cuenta con todos los animales (incluido el ser humano) para respetar el medio ambiente y permitirles una vida sin sobresaltos.

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