Cinco años tras el desastre nuclear de Fukushima y 30 años tras el accidente de Chernobyl los científicos siguen en desacuerdo sobre el impacto en la salud humana – como cuánta gente desarrolló cáncer como resultado o qué peligro representan las zonas de exclusión.
En Fukushima, los residentes tienen prohibido regresar a sus hogares de forma permanente dentro de la zona de exclusión. Y la ciudad ucraniana de Pripyat, a 4 km de Chernobyl, aún sigue prácticamente desierta. Si bien algunos expertos han dicho recientemente que las áreas que rodean a estos accidentes no son tan peligrosas como se pensaba anteriormente, otros están preocupados por los altos niveles de radiación que permanecen en las plantas y los animales, en especial los mariscos.
Es cierto que grandes dosis de radiación pueden ser fatales. Marie Curie, que solía llevar radio en los bolsillos, finalmente murió de cáncer. Pero pequeñas dosis de radiación están por todas partes, todos los días. Se miden en milisieverts (mSv). La persona promedio en el Reino Unido recibe una dosis de 2,7 mSv por año (o 7,8 mSv por año si vive en sobre el granito situado en Cornualles, que emite gas radón).
Un vuelo trasatlántico te dará una dosis de 0,08 mSv de radiación cósmica. Incluso ingerir un humilde plátano te expondrá a 0,001 mSv de radiación, de la pequeña cantidad de potasio radiactivo que contiene. Pero sólo es cuando realmente te expones a dosis de radiación anuales de más de 1.000 mSv que las cosas empiezan a ponerse un poco serias.
El tipo de radiación a la que estás expuesto también importa. Algunos tipos sólo causan daños severos cuando se ingieren (alojado en el estómago o los pulmones). Otros tipos pueden penetrar en el cuerpo desde el exterior, poniéndote en riesgo simplemente al caminar por la fuente.
En el caso de un accidente, hay que tener en cuenta qué tipo de radiación se libera – y cuánto – para tomar las precauciones adecuadas. Cuando gas radiactivo del reactor de Three Mile Island en los EE.UU. fue liberado tras un accidente en 1979, se recomendó a las personas quedarse en casa y mantener a los animales de granja a cubierto. Más tarde, se recomendó a las mujeres embarazadas en un radio de 30 kilómetros del reactor que evacuaran. A las tres semanas, el 98% de los evacuados había regresado. Estas precauciones tenían sentido – después de 18 años de seguimiento, no se reportaron problemas de salud inusuales. La gente sólo recibió una dosis media de 0,08 mSv.
En el accidente de Chernobyl, mucho más extremo, elementos radiactivos, incluyendo el yodo-131 y cesio-137 se extendieron por medio de incendios de grafito a lo largo de una amplia zona. Las personas en las inmediaciones de los incendios (principalmente bomberos) fueron expuestos a dosis letales de radiación (300.000 mSv por hora). Cerca de un tercio de ellos murió en los meses posteriores a los accidentes.
Pero para las personas que han vivido en las zonas más contaminadas de Bielorrusia, la Federación de Rusia y Ucrania en algún momento desde el accidente, es más difícil estimar el impacto. Han recibido dosis relativamente bajas de radiación durante un largo tiempo, estimado en 1 mSv al año como promedio. Si bien hubo un pico inicial en los casos de cáncer de tiroides, es difícil averiguar si otros tipos de cáncer en esta población son debidos a la radiación o a otros factores en el estilo de vida.
Así que, ¿está Chernobyl ahora a salvo? Si realizas un recorrido hoy, puedes esperar dosis de radiación de 0,2 a 20 mSv por hora dependiendo de cuánto te acerques al reactor. Los niveles de radiactividad de cesio radiactivo y estroncio ya se han reducido a la mitad – y dentro de 30 años lo harán la mitad otra vez. Después de diez de estos períodos de semidesintegración (300 años) la radiactividad habrá decaído a niveles naturales.
Reubicación frente a la radiación
Pero el efecto de la radiación no es todo. Más de 116.000 personas de los alrededores de Chernobyl fueron evacuados, pero cerca de 1.200 se negaron. Estos «Babushkas de Chernobyl,» como fueron conocidos, todos mayores de 40 años en el momento del accidente, hicieron caso omiso de la ley y decidieron arriesgarse a la radiación en lugar de ser desplazados de sus queridos hogares y comunidades. Más de 200 de éstos siguen residiendo en la zona en la actualidad.
Y tal vez tenían razón en quedarse – la Organización Mundial de la Salud (OMS) cita la reubicación de Chernobyl como una causa de estrés, ansiedad, de enfermedades mentales y «síntomas físicos sin explicación médica.» A día de hoy, no sabemos el verdadero coste de la reubicación en las vidas de las personas, ya que nunca se midió formalmente.
La lluvia radiactiva en Fukushima fue inferior al 10% de la de Chernobyl. Varios científicos han sugerido, por tanto, que la evacuación fue demasiado prudente. Otros aconsejan que la dosis de radiación aceptable para el público fijado por las organizaciones internacionales es demasiado conservador y podría incrementarse significativamente sin causar daño.
Parece que existe poca evidencia para sugerir que dosis bajas de radiación provocan un riesgo alto. Incluso se ha llegado a sugerir que el cuerpo puede tener algún tipo de mecanismo de reparación celular para hacer frente a dosis bajas. El problema es que simplemente no sabemos a ciencia cierta – la única manera de averiguarlo es mediante el estudio de las personas que han estado expuestas a dosis bajas durante toda su vida, una tarea enorme en la que no todos están dispuestos a participar.
Los habitantes de Fukushima, excepto aquellos situados en las zonas más contaminadas, con el tiempo se les anima a regresar a sus hogares. A falta de una mejor comprensión, los argumentos científicos y políticos sobre la seguridad en los niveles de radiación continuará. Lo que es claro, sin embargo, es que necesitamos comprender los efectos sobre la salud de la radiación en comparación con los de la reubicación. El desarrollo de un nuevo enfoque en nuestra respuesta a accidentes nucleares y las decisiones que se tomen como consecuencia inmediata es vital para que podamos evitar un pánico y una evacuación innecesarios – algo en lo que prácticamente todos los científicos están de acuerdo.
Texto originalmente publicado en The Conversation
Foto de portada: Greg Webb / IAEA/Flickr, CC BY-SA