Esto no es una declaración hecha por un grupo de personas que tratan de erradicar el racismo de nuestras vidas, sino una consecuencia del estudio de la genética humana. No existen razas en el mundo; únicamente categorizaciones taxonómicas basadas en diferencias hereditarias comunes, como puede ser el color de la piel o la forma de los ojos.

Hasta no hace mucho dividíamos a la población mundial en 4 razas generalizadas, y cada una de estas podía tener hasta 30 subdivisiones. Estos cuatro grandes grupos eran: caucásico, mongoloide, negroide y australoide. Las diferencias principales residían en el color de piel, el tipo de rostro, el perfil y tamaño craneal y en la textura y color de pelo. Durante el siglo XIX estas diferencias se unieron a la idea de que las razas iban estrechamente ligadas al comportamiento de los humanos, a su cultura y, como grupo, a su éxito material. Hasta bien entrado el Siglo XX este discurso serviría para justificar políticas de exclusión y la división rígida de grupos de población por su cultura. Las campañas de opresión a menudo recurrían al discurso científico que sostenía la supuesta inferioridad inherente de ciertos grupos, justificando así en el más extremo de los casos, el genocidio.

No obstante, a principios del Siglo XX el sociólogo y defensor de los derechos humanos Du Bois aunó investigaciones científicas sociales y naturales y concluyó que, en realidad, el concepto de raza no era una categoría científica. En sus estudios alegó que las diferencias existentes en los niveles de riqueza entre blancos y negros se debía a diferencias sociales, pero no biológicas.

Tras décadas de constante lucha por la igualdad (en todos los sentidos), el concepto de raza se fue cuestionando desde el punto de vista antropológico como biológico. A mediados del Siglo XX surgieron nuevos métodos para investigar el campo de las razas humanas, como la genética, y con ella se demostró la invalidez de la clasificación tanto en razas, como en subespecies. Se acuñó el término clina, más relacionado con diferencias existentes dentro de ciertas áreas geográficas, y más tarde el término deme, que ratifica dichas diferencias geográficas.

Sin necesidad de confundirnos con multitud de términos diferentes, lo que debe quedar claro es la irrefutabilidad de la ausencia de razas en la especie humana, que viene siendo probada desde hace décadas.

Entonces, si ha quedado probada la ausencia de razas en el ser humano, ¿qué problema hay?

Un visitante observa una representación digital del genoma humano en el Museo Americano de Historia Natural, en Nueva York. Imagen: Mario Tama

El principal problema reside en que esta conclusión no se ha interiorizado, ni por parte de la población, ni por parte de la comunidad científica. En un artículo publicado por Michael Yudell en la revista Science explica cómo la división racial del ser humano en el marco clínico es de dudosa utilidad. La división del ser humano en razas favorece un enfoque racista en las publicaciones y en la interpretación de diversos efectos trans-poblacionales. Además, los supuestos raciales que, por ejemplo, se usan en medicina en ocasiones, pueden en muchos casos ser erróneos. Ciertas hemoglobinopatías pueden ser diagnosticadas por error atendiendo a su identificación como enfermedad que afecta a negros o a mediterráneos. La fibrosis cística apenas se diagnostica en poblaciones con antepasados negros porque se cree que es una enfermedad de blancos. Incluso hoy en día, tras un siglo de discusiones científicas, el uso del concepto de raza en genética sigue sin estar arraigado en las nuevas tecnologías. A pesar del bajo coste de la secuenciación de última generación del genoma que ha hecho posible el estudio de cientos de miles de individuos, estas secuencias completas no hacen sino probar una vez más que las clasificaciones raciales en genética no tienen ningún sentido.

Algunos científicos han mostrado que aun cambiando la palabra raza de sus publicaciones, la idea racial permanece inalterada en la mente del lector. Pero el lenguaje importa, y no por esto se deben abandonar los esfuerzos por alcanzar la igualdad. El término científico de raza tiene una influencia considerable en cómo el público (que incluye la comunidad científica) comprende la diversidad humana.

El ser humano es diverso, pero carece de razas. Carece de diferencias internas, exhibiendo únicamente características heredadas por su grupo social, por su geografía o por su situación.

En otras palabras: todo el mundo es igual.