Casi un siglo ha pasado desde el último gran tsunami de Europa, una ola de 13 metros causada por un terremoto en la costa de Sicilia que causó alrededor de 2.000 muertes. En ocasiones, los tsunamis en el Mediterráneo pueden ser aún más destructivos. Una gran erupción volcánica en la isla de Thera (Santorini) hace unos 3500 años generó una ola que diezmó a toda una civilización, la minoica, y pudo haber inspirado la leyenda de la Atlántida.
Hoy en día viven a lo largo de la costa mediterránea millones más de personas, por supuesto, y los volcanes y terremotos no han ido a ninguna parte. De hecho, un estudio en la revista Ocean Science sugiere que incluso un terremoto moderado en el Mediterráneo oriental podría desencadenar un tsunami con el potencial de afectar a una gran proporción de los 130 millones de personas que viven en su costa.
Los devastadores tsunamis que afectaron a Indonesia y a los países vecinos en 2004 y Japón en 2011 fueron una llamada de alerta. En lo que llevamos de siglo se han registrado 177 tsunamis, de los cuales cuatro ocurrieron en la cuenca mediterránea. Estos cuatro fueron relativamente pequeños, y no murió nadie. Pero la historia (y la sismología) sugiere que es inevitable que ocurran más olas destructivas. ¿Estamos preparados para “la grande»?
Maremotos en el Mediterráneo
El Mediterráneo es propenso a actividad tectónica (y volcánica) como resultado de la colisión de la placa africana con la porción occidental de la placa eurasiática. Durante los últimos 65 millones de años aproximadamente, esta colisión ha continuado, produciendo los Alpes, que todavía están creciendo, y cerrando el Mar de Tetis, que una vez separó ambos continentes.
Hoy en día, el Mar Mediterráneo es el remanente del Tetis y también se está encogiendo conforme la placa africana sigue dirigiéndose hacia el norte a una velocidad de unos 2,5 cm por año. Sin embargo, el límite entre estas placas no está claro y, como resultado, la región mediterránea se encuentra entrecruzada con líneas de fallas activas. Son estas, junto con los movimientos de placas, las que crean un entorno tectónico complejo y producen el riesgo sísmico de la región.
Merece la pena resaltar, sin embargo, que la tectónica de la región no es en absoluto similar a la de Indonesia o Japón. En los océanos Pacífico e Índico, el peligro tectónico se debe en gran medida a la subducción, en la que una de las placas es empujada por debajo de la otra. Los grandes terremotos son comunes en los límites de subducción, y a menudo dan como resultado un desplazamiento masivo en el lecho oceánico que genera enormes tsunamis.
Aunque hay áreas de subducción en el Mediterráneo, la escala es mucho menor, lo que significa menos desplazamiento y tsunamis más pequeños. De hecho, los científicos han sugerido que el tsunami de Sicilia de 1908 no fue directamente el resultado de un desplazamiento, sino el resultado de un deslizamiento de tierra generado por el terremoto en el fondo marino.
Millones en riesgo
A menudo, no es el tamaño de un tsunami (o de hecho de cualquier peligro natural) que provoca la devastación en la humanidad, sino más bien donde se localiza. En 1958 por ejemplo, el tsunami más grande del que se tienen registros golpeó la bahía de Lituya en Alaska. La ola de 30 metros de altura fue lo suficientemente potente como para adentrarse más de 500 metros sobre las laderas del valle, pero dada la remota ubicación, sólo cinco personas murieron. En contraste, el tsunami indonesio de 2004 alcanzó alrededor de 24 metros en algunos lugares, pero al golpear en una región densamente poblada, el impacto humano fue inimaginable.
Con esto en mente, los tsunamis mediterráneos representan un riesgo significativo. Alrededor de 130 millones de personas viven en la costa, a menudo en las grandes ciudades: Barcelona y Argel en el oeste (ambas con una población de 1,6 millones), Nápoles y Trípoli en la región central (ambas con 1 millón) y Alejandría (4 millones) y Tel Aviv (400.000) al este.
El riesgo se agrava aún más por el hecho de que el Mediterráneo es relativamente pequeño y cerrado, lo que significa que cualquier tsunami podría propagarse por toda la cuenca. Los tiempos de advertencia, esenciales para minimizar las pérdidas humanas, también serían pequeños. Los impactos económicos también podrían ser significativos, puesto que el Mediterráneo es el lugar donde se localizan algunos grandes centros industriales y puertos.
¿Qué se está haciendo?
Poco se puede hacer sobre el peligro en sí; la actividad sísmica y volcánica no se puede prevenir ni predecir (con precisión). Sin embargo, hay medidas que pueden tomar, y en algunos casos se han tomado, para reducir el impacto potencial de los tsunamis del Mediterráneo.
Tras el tsunami de Indonesia de 2004, la UNESCO estableció el (toma aliento) Grupo Intergubernamental de Coordinación para el Sistema de Alerta Temprana y Mitigación de los Tsunamis en el Atlántico Nororiental, el Mediterráneo y los Mares Adyacentes (ICG/NEAMTWS por sus siglas en inglés). Este grupo es responsable de monitorear la actividad sísmica, el nivel del mar y otros datos relevantes, y difundir advertencias cuando sea necesario. Estas advertencias salvaron muchas vidas en Japón en 2011.
El desarrollo de los sistemas de alerta temprana está avanzando, pero la disponibilidad práctica y extendida de tales avisos es probable que esté lejos. Dado esto, la educación de las comunidades vulnerables es clave para que puedan identificar señales de alerta temprana y actuar en consecuencia. [España, por ejemplo, cuenta desde principios de 2016 con una red de alerta de maremotos. En el caso de que se produzca un terremoto que cumpla las condiciones de riesgo «se dispara la alerta y en cuestión de 4 minutos desde que se produce el terremoto se avisa a los posibles puntos donde puede llegar la ola, en qué momento y con qué altura», explica el director de la Red Sísmica Nacional Emilio Carreño].
Por desgracia, bien podríamos tener un gran tsunami devastador en el Mediterráneo antes de la advertencia y las defensas se tomen en serio. Sólo podemos esperar que la ola, cuando llegue, no sea tan destructiva como podría ser.
* Artículo publicado originalmente en The Conversation. Revisado y traducido por ¡QFC!