Los humanos tienen un pene mucho más largo y más ancho que el resto de grandes simios. Incluso el más grande de los gorilas, que llega a pesar más del doble que un ser humano, cuenta con un pene de sólo 6.5 centímetros de largo cuando está erecto.
Sin embargo nuestros testículos son bastante pequeños. Los testículos de un chimpancé pesan más de un tercio de su cerebro mientras que el nuestro pesa menos de 3%. El tamaño relativo de nuestro pene y los testículos se reduce a nuestras estrategias de apareamiento, y puede proporcionar algunos datos sorprendentes en lo que respecta a la cultura humana temprana.
Los primates exhiben todo tipo de comportamientos de apareamiento, incluyendo la monogamia, la poliginia (donde los machos tienen más de una pareja sexual) y multimacho-multihembra. Un indicador que desvela qué comportamiento ocurre en una especie es la diferencia de tamaño entre machos y hembras. Cuanto mayor sea este dimorfismo sexual, más probable es que el apareamiento sea poligínico o de multimacho a multihembra. Esto se puede demostrar observando los chimpancés y los gorilas, nuestros parientes vivos más cercanos.
Los chimpancés machos son mucho más grandes que las hembras, y tienen un sistema de apareamiento multimacho a multihembra. Esencialmente, los chimpancés machos tienen sexo todo el tiempo con cualquier hembra y con cualquier excusa. Como resultado, una hembra puede acumular el esperma de múltiples parejas a la vez, lo que coloca al esperma en sí mismo (y no sólo a los animales que lo producen) en competencia directa. Por esta razón, los chimpancés han desarrollado testículos enormes para producir cantidades masivas de esperma, varias veces al día.
Los gorilas machos también son mucho más grandes que las hembras, pero tienen un sistema de apareamiento poligínico o de “harén”, donde muchas hembras viven con un solo macho. Con poca o ninguna competencia realmente dentro del útero, los gorilas no han tenido necesidad de una carrera armamentística testicular para facilitar una producción creciente de esperma. Sus testículos, por lo tanto, son relativamente pequeños. Esto es similar a los humanos modernos, cuyos testículos son también de tamaño muy modesto y producen una cantidad relativamente pequeña de esperma. De hecho, el recuento de espermatozoides humanos se reduce en más del 80% si los hombres eyaculan más de dos veces al día.
El pene humano es grande comparado con los de nuestros parientes más cercanos: chimpancés, gorilas y orangutanes. Sin embargo, el primatólogo Alan Dixson, en su libro maravillosamente detallado, La Sexualidad de los Primates (Primate Sexuality), sugiere que si miramos a todos los primates, incluidos los monos, esto es sólo una ilusión.
Mediciones comparativas muestran que el pene humano no es excepcionalmente largo. El babuino hamadryas, por ejemplo, un nativo del Cuerno de África, tiene un pene erecto de 14 centímetros de largo; un poco más corto que un macho humano promedio, pero pesan sólo un tercio de nuestro peso.
El pene humano es de hecho extremadamente soso; no tiene bultos, rugosidades, rebordes, codos o cualquier otra característica emocionante que sí tienen otros primates. En los primates, esta falta de complejidad del pene se encuentra generalmente en especies monógamas.
El misterio de la monogamia
Esta observación choca con el hecho de que los hombres son significativamente más grandes que las mujeres. Esto sugiere que nuestro fondo evolutivo implicó un grado significativo de apareamiento poligínico, más que exclusivamente monógamo. Esto se ve apoyado por datos antropológicos que muestran que la mayoría de las poblaciones humanas modernas se establece en matrimonios poligínicos. Los antropólogos Clellan Ford y Frank Beach, en su libro Patrones del Comportamiento Sexual (Patterns of Sexual Behavior), observaron cómo el 84% de las 185 culturas humanas de las que tenían datos se dedicaban a la poliginia.
Sin embargo, incluso en estas sociedades la mayoría de la gente sigue siendo monógama. Los matrimonios poligínicos suelen ser un privilegio reservado sólo para los hombres de alto rango o ricos. Vale la pena señalar que los cazadores-recolectores de todo el mundo practican sólo la monogamia o la monogamia en serie, lo que sugiere que nuestros antepasados pueden haber usado este sistema de apareamiento.
A primera vista, sin embargo, resultaría razonable que los machos se reprodujeran con tantas hembras como les fuera posible. La monogamia humana ha confundido a los antropólogos durante mucho tiempo, y se han dedicado muchos esfuerzos a averiguar qué es lo que mantiene a los hombres pendientes.
Se han presentado tres teorías principales. La primera es la necesidad de un cuidado y enseñanza parental a largo plazo, ya que nuestros hijos tardan mucho tiempo en madurar. En segundo lugar, los machos necesitan proteger a su hembra de otros machos. Tercero, nuestros niños son vulnerables durante mucho tiempo y podría existir riesgo de infanticidio por otros machos. Así que para asegurar que los niños sean capaces de alcanzar la madurez, es probable que el macho se quede para protegerlos, tanto social como físicamente. Esta puede ser la razón por la que los hombres han mantenido su mayor tamaño relativo.
Si vemos la evolución de los sistemas de apareamiento de la monogamia en los seres humanos a través de la lente de la sociedad humana, está claro que se necesita una gran cantidad de esfuerzo social para mantener y proteger a más de una pareja a la vez. Es sólo cuando los hombres tienen acceso a recursos adicionales y poder que pueden proteger a varias hembras, generalmente asegurando que otros machos las protejan. Así que la monogamia parece ser una adaptación para proteger tanto a la pareja como a los hijos de otros machos. Esta monogamia se ve reforzada por el alto coste social y el estrés que resulta de intentar hacerlo para múltiples parejas, y ha terminado siendo apoyado en normas culturales.
Así pues, en sociedades humanas complejas, el órgano sexual más grande e importante es el cerebro. En algún lugar de nuestro pasado evolutivo, lo inteligentes y sociales que somos se convirtió en el principal control sobre nuestro acceso a parejas sexuales, y no lo grande o extravagante que sea el pene del hombre.
Artículo original publicado en The Conversation. Revisado y traducido por ¡QFC!