Observar un pianista en un recital y cómo las notaciones musicales se convierten en movimientos precisamente calculados de los dedos en el piano puede ser una potente experiencia emocional.
Como investigador de neurociencia y pianista, entiendo que el dominio de esta habilidad no sólo requiere práctica, sino también una coordinación compleja de muchas diferentes regiones del cerebro.
Estas regiones del cerebro, que son responsables de nuestras capacidades auditivas, visuales y motoras, se coordinan en una gran sinfonía para producir música. Se necesita la coordinación de ambas manos y comunicar emocionalmente con otros músicos y oyentes para producir tan mágico efecto. Probablemente, pues, la combinación de estos requerimientos influya en las estructuras del cerebro y sus funciones.
En nuestro laboratorio, queremos entender si la práctica musical en la infancia mejora el funcionamiento del cerebro para procesar el sonido en general. Estas funciones son importantes para el desarrollo de las habilidades del lenguaje y la lectura.
Practicar música y el cerebro
Durante las últimas dos décadas, varios investigadores han escrito acerca de las diferencias en el cerebro y el comportamiento de los músicos, en comparación con personas sin educación musical.
Se ha hallado que el entrenamiento musical está relacionado con un mejor lenguaje y matemáticas, un mayor coeficiente intelectual y un mayor rendimiento académico en general. Además, se han encontrado diferencias entre los músicos y no músicos en las áreas del cerebro relacionadas con la audición y el movimiento, entre otras.
Sin embargo, la interpretación de los resultados sigue siendo poco esclarecedora. Por ejemplo, las diferencias registradas entre los músicos y no músicos adultos podrían deberse a un entrenamiento intensivo a largo plazo o podrían resultar principalmente de factores biológicos inherentes, como la composición genética. O, al igual que sucede con muchos aspectos del debate “se nace o se hace”, las diferencias podrían también ser el resultado de las contribuciones de factores ambientales y biológicos.
Una forma de comprender mejor los efectos del entrenamiento musical en el desarrollo infantil sería el estudio de los niños antes de que empiecen ninguna educación musical y realizar un seguimiento sistemático después, para ver cómo varían su cerebro y su comportamiento en relación con su formación.
Ello requeriría incluir un grupo de comparación, ya que todos los niños cambian con la edad. El grupo de comparación ideal sería aquel en que los niños reciben una formación socialmente igualmente interactiva pero no musical, como por ejemplo el deporte. Valoraciones de seguimiento después de la práctica revelarían cómo cada grupo cambia con el tiempo.
El impacto de la formación musical en el desarrollo infantil
En 2012, nuestro grupo de investigación en el Instituto del Cerebro y la Creatividad en la Universidad del Sur de California, [en Estados Unidos] inició un estudio de cinco años que hizo precisamente eso.
Empezamos a investigar los efectos de la formación musical en grupo en 80 niños de entre seis y siete años de edad. Les hemos realizado continuos seguimientos para explorar los efectos de este tipo de formación en su cerebro, el desarrollo cognitivo, social y emocional.
Comenzamos el estudio cuando un grupo de niños estaba a punto de comenzar su formación musical a través del programa de Orquesta Joven de Los Ángeles. Este programa gratuito de música basado en la comunidad se inspiró en El Sistema, un programa musical que se inició en Venezuela y resultó ser «tranformadora», cambiando la vida de los niños desfavorecidos.
El segundo grupo de niños estaba a punto de comenzar un programa de entrenamiento deportivo con un programa de fútbol basado en la comunidad. Ellos no estaban involucrados en la formación musical.
Un tercer grupo de niños provenían de escuelas públicas y centros comunitarios en las mismas áreas de Los Ángeles. Los tres grupos de niños procedían de comunidades igualmente desfavorecidas y étnicamente minoritarias de Los Ángeles.
Cada año, nos encontramos con todos los participantes y sus familias en nuestro instituto para un período de prueba de dos a tres días. Durante esta visita, medimos habilidades del lenguaje y la memoria, la capacidad de procesamiento de la música y el habla y el desarrollo cerebral de cada niño. También llevamos a cabo una entrevista detallada con sus familias.
Al comienzo del estudio, cuando los niños no tenían ninguna formación musical o deportiva, se halló que los niños en el grupo de educación musical no eran diferentes de los niños de los otros dos grupos. En concreto, no hubo diferencias cerebrales entre los grupos en las pruebas intelectual, motora, musical y social.
Cómo procesa los sonidos nuestro cerebro
La «vía auditiva» conecta el oído a nuestro cerebro para procesar el sonido. Cuando oímos algo, nuestros tímpanos reciben en forma de vibraciones de las moléculas de aire. Esto se convierte en una señal cerebral gracias a una serie de elegantes mecanismos en el oído interno. Esta señal se envía a la zona encargada de la audición en el cerebro conocida como la «corteza auditiva», ubicada cerca de los lados del cerebro.
Mediante el uso de diferentes tareas, medimos la manera en la que el cerebro de los niños registraba y procesaba el sonido antes de participar en su educación y posteriormente, cada año, con una técnica de imagen cerebral llamada electroencefalografía (EEG). Esta investigación sistemática nos permitió realizar un seguimiento de la maduración de la vía auditiva.
En una de las tareas, por ejemplo, presentamos pares de melodías musicales desconocidas a los niños al tiempo que grabábamos la señal de su cerebro a través de EEG. Los pares de melodías podían ser, bien idénticos o bien podían mostrar irregularidades tonales o rítmicas de vez en cuando. Pedimos a los niños a identificar si los pares eran iguales o diferentes.
Verificamos el éxito con el que los niños podían detectar si los pares de melodías eran diferentes y las correspondientes respuestas del cerebro a estas diferencias ocasionales. Eso nos permitió medir lo bien que los cerebros de los niños se encontraban en sintonía con la melodía y el ritmo. En general, el cerebro produce una respuesta específica al detectar un cambio inesperado en un patrón de sonido.
Cómo desarrolla la formación musical el cerebro
Después de dos años, el grupo de niños que había acudido a la formación musical era más preciso en la detección de cambios en el tono cuando las melodías eran diferentes. Los tres grupos de niños fueron capaces de identificar fácilmente cuando las melodías eran las mismas.
Eso indica que los niños sometidos a formación musical estaban más atentos a las melodías. Los niños del grupo de música también mostraron una fuerte respuesta del cerebro a las diferencias en el tono en comparación con los niños de los otros grupos. También observamos que los niños musicalmente entrenados tuvieron un desarrollo más rápido de la vía cerebral responsable de la codificación y procesamiento de sonido.
Aún quedan tres años de este estudio. Sin embargo, estos resultados preliminares son prometedores. Apoyan hallazgos previos sobre el impacto positivo de la formación musical en el desarrollo del cerebro.
Nuestros hallazgos sugieren que el entrenamiento musical durante la infancia, aunque sea por un período tan breve como dos años, pueden acelerar el desarrollo del cerebro y el procesamiento de sonido. Creemos que esto puede beneficiar a la adquisición del lenguaje en los niños dado que el desarrollo de las habilidades del lenguaje y la lectura involucran áreas cerebrales similares. Esto puede beneficiar especialmente a niños en situación de riesgo en los barrios de nivel socioeconómico bajo que experimentan mayores dificultades con el desarrollo del lenguaje.
Esperamos que los resultados de este estudio no sólo conduzcan a una mejor comprensión de los beneficios de la formación musical, sino que también proporcionen nuevas perspectivas sobre los méritos sociales y psicológicos de la educación musical para niños en comunidades marginadas.
Assal Habibi es Investigador Asociado Sénior en la Universidad de California del Sur, en Estados Unidos
* Artículo original publicado en The Conversation