Somos de los mamíferos sexualmente más activos… pero también somos de los menos fértiles. Es indiscutible que el ser humano se lo pasa bien con el apareamiento, y en ocasiones se nos pueda juzgar por querer más y más… pero eso es porque no pensamos en el antequino. Este pequeño marsupial australiano, literalmente, copula hasta su muerte. Si bien otros grupos de animales lo hacen también, esta práctica suicida es muy rara en mamíferos.
Alcanzan la madurez sexual entre los 8 y los 11 meses de edad, y alrededor de un mes antes de la época de apareamiento dejan de producir esperma. Durante el celo, el macho se afana en copular con el mayor número de hembras posible en encuentros violentos y frenéticos que pueden durar hasta 14 horas. Ni siquiera come.
Esta explosión de apareamientos veloces es su única oportunidad de transmitir sus genes a la siguiente generación; y morirá en el intento. Se extenúa hasta tal punto que su cuerpo comienza a desmoronarse. Sus sangre fluye repleta de testosterona y hormonas de estrés. Su pelaje se cae. Comienza a sangrar internamente. Su sistema inmunológico no puede combatir las infecciones entrantes, y se convierte en un “zombi” plagado de gangrena.
Es un completo desastre, pero sigue yendo detrás del sexo. Al final de la temporada de apareamiento los machos, físicamente desintegrados, siguen corriendo frenéticamente en busca de una última oportunidad de apareamiento. En ese momento, las hembras, como es lógico, tratan de evitarlos.
Pronto, todo termina. Unas pocas semanas antes de cumplir el primer año, todos los antequinos masculinos de la zona mueren. Es posible que este comportamiento esté ligado a su dieta. Estos animales son de marsupiales insectívoros que habitan al sur del ecuador, lo que implica por un lado que las crías nacen en un periodo de maduración temprano y son muy dependientes al nacer (permanecen adosadas a su madre durante 4 meses), y por otro que la disponibilidad de comida es estacional. Tiene sentido concentrar el apareamiento en las semanas anteriores a la explosión de recursos alimenticios, y esto fuerza a los machos a centrar todos sus esfuerzos en esta pequeña ventana de tiempo.
La mitad de la población humana probablemente se sienta afortunada de nuestros hábitos reproductivos, y la otra mitad probablemente agradezca no tener que quitarse de encima a zombis pesados llenos de parásitos y gangrena tratando de copular violentamente con ellas.