Hoy en día el armadillo es una de las criaturas más entrañables del continente americano. Dentro de la familia de los armadillos se conocen 9 géneros diferentes, y se han descrito hasta 21 especies distintas, y su aspecto puede variar significativamente. El armadillo más pequeño que se conoce es el pichiciego menor, endémico de la región central de Argentina. Con sus 9 a 11.5 centímetros y un peso de tan sólo 120 gramos, este solitario habitante de las llanuras arenosas, las dunas y los pastizales argentinos es uno de los menos conocidos. En el otro extremo del espectro se encuentra el armadillo gigante, que habita los bosques tropicales de todo Sudamérica. A pesar de sus 30 kilogramos de peso y tener una longitud de hasta metro y medio, esta especie es considerada como vulnerable a la extinción.
Pero hasta no hace mucho tiempo (geológicamente hablando), un tipo de armadillo habitaba el continente, grande como un automóvil moderno, y de hasta dos toneladas de peso. Era el gliptodonte.
Gracias a estudios genéticos realizados en fósiles de gliptodontes de 12.000 años de antigüedad y publicados en la revista Current Biology, se ha podido saber que el gliptodonte comenzó su camino como especia diferenciada hace unos 35 millones de años, como pronto. Inicialmente habitaban en lo que entonces era la isla-continente de Sudamérica, y cuando se creó el más reciente Istmo de Panamá, hace unos 3 millones de años, migraron al norte en un fenómeno que se conoce como Gran Intercambio Americano.
Hasta ahora se conocía que pertenecían al gran grupo taxonómico de los armadillos (de la familia Chlamyphoridae), pero se desconocía su ubicación precisa dentro de su familia. Hoy se ha descubierto que se encuentra muy claramente ubicado dentro de la subfamilia Glyptodontinae, donde comparte similitudes taxonómicas y genéticas con muchas otras especies de armadillo extintas, y están emparentados con los actuales armadillos (como es de esperar).
El gliptodonte carecía de bandas longitudinales que le permitieran retraerse y formar una bola como muchos de los armadillos modernos; de hecho, estos armadillos se caracterizan por el número de bandas que los componen. En cambio, el gliptodonte poseía una coraza similar a la de una tortuga, hechos de depósitos óseos presentes en su piel llamados osteodermos. Generalmente esta característica dérmica se encuentra en reptiles, anfibios, y varios grupos de dinosaurios, pero si bien es raro encontrarla en mamíferos, el armadillo es un claro ejemplo de su presencia en esta clase de animales.
Esta coraza le cubría el cuerpo entero sin incluir la cabeza y la cola, si bien la primera tenía un yelmo de protección y la segunda, además de estar protegida por anillos de osteodermos, terminaba en forma de maza con espinas.
Tras esta descripción, la pregunta sería, ¿la presencia de qué depredador empujó a este grupo de animales a desarrollar unos mecanismos de defensa tan robustos?
En el período en que evolucionaron los gliptodontes, el principal depredador de la isla-continente era el phorusrhacidae, una ingente ave terrestre de casi 3 metros de altura, carnívora y veloz corredora que hasta había desarrollado garras en sus alas para ayudarse a voltear la presa y desgarrar su carne. Es posible que este ave fuera uno de los peligros a los que se enfrentaba este armadillo, y parte de la causa que empujó a la evolución a proveer a este animal de defensas.
En cambio, se cree que el gliptodonte era un pacífico herbívoro que se alimentaba de los pastos. Carecía de dientes incisivos o caninos (especializados en cortar y desgarrar, respectivamente), pero estaba provisto de molares capaces de triturar densa vegetación, como las hierbas.
El gliptodonte terminó por extinguirse a finales de la última edad de hielo, junto con muchos otros animales pertenecientes a la megafauna de la época, como los pampatéridos (otro tipo de armadillos de unos 200 kilogramos de peso), los megaterios (gigantescos perezosos de hasta 6 metros de longitud y 3 toneladas de peso) o el macrauquenias (un género extinto de mamífero de hasta 3 metros de alto y una tonelada de peso).
Desde ¡QFC! reconocemos que, dados a elegir, preferiríamos cohabitar con el gliptodonte que con el phorusrhacidae… ¡o con la titanoboa!