De entre los muchos millones de especies que existen en el planeta, sólo los seres humanos han secuenciado genomas, inventado teléfonos inteligentes y compuesto sonatas de luz de luna. Para un biólogo evolutivo como yo, que estudia el comportamiento complejo de los animales, se trata de una observación incómoda que exige una explicación evolutiva.

Históricamente, los investigadores han asumido que los animales carecían de inteligencia para diseñar soluciones novedosas, y que este déficit creativo explicaba el abismo entre su comportamiento y los logros tecnológicos humanos. Pero investigaciones más recientes sobre el comportamiento animal sugieren lo contrario. Los animales conciben constantemente innovaciones, y la investigación sobre la naturaleza y las consecuencias de su creatividad ayuda a explicar cómo nuestra propia especie evolucionó para ser tan distintiva.

Mi laboratorio lleva dos décadas investigando la innovación animal. Nuestros estudios, y los de otros investigadores de la innovación animal, han establecido más allá de la duda que los seres humanos no tienen el monopolio de la creatividad. Los animales frecuentemente inventan nuevos patrones de conducta, modifican su comportamiento existente a nuevos contextos, o responden a cambios sociales y ecológicos de formas novedosas.

La innovación animal es muy diversa. Puede ser ingeniosa, como puede ser el caso de los orangutanes que idearon maneras de extraer corazones de palma de árboles con perversas defensas como espinas y tallos afilados. Puede ser mórbida, como con la gaviota argéntea que ingenió el hábito de cazar conejos y matarlos ahogándolos en el mar.

A veces, puede ser encantadora, como es el ejemplo de los macacos japoneses de los que se sabe que han llegado a formar bolas de nieve para jugar con ellas. Y a veces puede ser repugnante, como con el grajo, que hizo un hábito de comer vómito humano.

No sé quién me la ha lanzado, pero se va a enterar… Imagen: Zoonar/Fritz Poelking

Mi ejemplo favorito es el de un joven chimpancé llamado Mike, observado por la primatóloga Jane Goodall. Mike medró los rangos sociales y se convirtió en macho alfa en tiempo récord ideando una exhibición de dominancia intimidante que implicaba golpear latas de keroseno vacías entre sí.

En verdad, muchos animales son enormemente inventivos, pero el grado de innovación animal permaneció oculto hasta hace poco por una razón simple y obvia. No se puede reconocer un comportamiento novedoso hasta que no se tiene una buena comprensión del comportamiento normal de una especie. Por ejemplo, sólo después de que los monos capuchinos hubieran sido estudiados en la naturaleza durante muchos años, pudimos estar seguros de que el primer caso registrado en que atacaban una serpiente con una vara fue una innovación. [No hace mucho también hablamos en esta historia sobre el uso de herramientas por estos animales, que implicaría que llevan varios siglos instaurados en su propia edad de piedra.]

Las especies innovadoras tienen la ventaja

Años de estudio cuidadoso significa que los investigadores ahora pueden contar el número de innovaciones producidas por una especie y cuantificar su grado de creatividad. Esta medida nos ha enseñado muchísimo. Por ejemplo, no todos los animales son igualmente inventivos, y las aves y los primates son más propensos a ser innovadores cuando cuentan con cerebros más grandes.

La investigación también ha demostrado que los animales innovadores son más propensos a desarrollar nuevas especies, porque la creatividad abre nuevos nichos y desencadena eventos evolutivos. Por ejemplo, probablemente no es casualidad que los pinzones de las islas Galápagos, cuya diversidad ayudó a Charles Darwin a formular su teoría de la evolución, son miembros de una superfamilia de aves muy innovadora llamada Emberizoidea. Este grupo ha desarrollado muchas especies diferentes en un proceso que pudo haber comenzado cuando diferentes aves comenzaron a desarrollar formas innovadoras de alimentación.

Ser creativo confiere valor a la supervivencia, también. Las investigaciones demuestran que aquellas especies de pájaros que son innovadoras tienen una mayor probabilidad de sobrevivir y establecerse cuando son introducidas en nuevas áreas. Otro fascinante análisis reveló que las especies migratorias son menos innovadoras que las aves no migratorias, ya que las primeras se ven obligadas a viajar por no poder ajustar su comportamiento a los duros meses de invierno. Otro estudio halló que aquellas aves con un cerebro más pequeño son más propensas a morir en accidentes de tráfico que las especies con cerebros mayores, y esto se debe, casi de seguro, a que las especies con cerebros más grandes cuentan con la flexibilidad necesaria para aprender seguridad vial.

Pero si algo es, potencialmente, de mayor significado científico, es el papel que juega la innovación animal en la evolución del cerebro. Los hominoideos, capuchinos y macacos exhiben las mayores cantidades de innovación entre los primates. Estas son las especies de primates con los cerebros más grandes (en términos absolutos o relativos al tamaño del cuerpo), con una mayor usanza de herramientas, con las dietas más amplias y que exhiben las formas más complejas de aprendizaje y cognición.

En mi reciente libro, “la Sinfonía inacabada de Darwin: Cómo la cultura hizo la mente humana”, sostengo que estas asociaciones no son una coincidencia. Los primates, particularmente los grandes simios, desarrollaron cerebros más grandes porque hacerlo les proporcionaba múltiples ventajas evolutivas, incluyendo la habilidad de usar herramientas, gozar de una dieta más variada y desarrollar sociedades complejas. [Como vimos en esta historia, llegando a crear serios conflictos y una entramada política interna o, como vimos en esta otra, llegando a mostrar comportamientos que bien podrían evidenciar rituales sagrados.] También les dio la inteligencia para inventar nuevas soluciones a los retos de la vida y copiar las innovaciones de otros. Esto favoreció la expansión del cerebro en un ciclo acelerado que culminó con la evolución de la cognición humana. [De hecho, explicamos en esta historia que nuestro cerebro y el de los simios comparten la misma estructura básica.]

(Imagen ampliable) Sólo los humanos han enviado satélites al espacio. Imagen: Shutterstock

¿Por qué, entonces, los chimpancés no inventaron técnicas de edición genética ni llegaron  a componer sinfonías? Los animales no humanos poseen culturas sencillas y pueden desarrollar nuevas técnicas de forrajeo o formas de comunicación que se difundan a través del aprendizaje social. [Incluso, como vimos aquí, han desarrollado comportamientos altamente empáticos y complejos, como la asistencia al parto.] Pero a pesar de su creatividad natural, estos animales raramente, si es que lo hacen alguna vez, refinan o mejoran las soluciones de otros, como han mostrado experimentos recientes.

Los análisis matemáticos han ayudado a explicar este rompecabezas. Resulta que para desarrollar una «cultura acumulativa» (una tecnología que aumenta constantemente en complejidad y diversidad) una especie necesita poder compartir información con mucha precisión. No importa cuántas invenciones lleguen a tener lugar; a menos que esas invenciones se repliquen con precisión, terminarán por extinguirse antes de poder ser desarrolladas.

Por otro lado, una vez que una especie puede compartir información con mucha precisión, incluso cantidades muy modestas de innovación llevan rápidamente a una cultura acumulativa masiva. Solamente los seres humanos construyen puentes y lanzan satélites en el espacio porque solamente nosotros (en gran parte a través de nuestra enseñanza y de la lengua) podemos transmitir conocimiento aprendido con una fidelidad lo suficientemente alta.

Los logros más notables de nuestra especie son, ante todo, el hecho de que acumulamos nuestro conocimiento y construimos sobre él. La ausencia de una cultura compleja en otros animales no se debe a la falta de creatividad. Más bien se debe a su incapacidad de transmitir conocimientos culturales con suficiente precisión. Por eso ningún mono jamás ha compuesto una sonata.

Artículo original publicado por The Conversation, escrito por Kevin N. Laland, Profesor de Biología de la Universidad de St. Andrews en el Reino Unido. Revisado y traducido por ¡QFC!