Los fósiles que encuentras en los museos no llegaron precisamente limpios y listos para ser exhibidos, obviamente. Están sucios porque se han pasado miles o millones de años en el suelo acumulando capas de estratos. Así que les toca a los preparadores de fósiles como Nathan Ong en el Museo de Historia Natural de Utah, en Estados Unidos, limpiar las vértebras de los dinosaurios y los dientes de los mastodontes para que tengan la apariencia que esperamos.
Es divertido ver todo el conjunto de herramientas en el trabajo. Taladros, herramientas eléctricas, cinceles, escalpelos, cepillos de todo tipo, pegamento y más son utilizados en el trabajo durante horas y horas hasta que el fósil esté listo.
Y es a través del estudio de los fósiles que podemos aprender sobre los hábitos de vida de los animales prehistóricos, desde el tiempo de incubación de los dinosaurios, la anatomía de los antepasados de los animales vertebrados, la existencia de gigantescos armadillos o enormes serpientes constrictores que deambulaban en el pasado, o la forma de las alas de los dinosaurios y cómo se recuperó la vida tras el cataclismo que provocó su extinción.
En palabras de Nathan Ong (durante los primeros 30 segundos de vídeo): «Visitar un museo a través de los ojos de los preparadores es una experiencia un tanto diferente a la de una persona normal porque, en aquellos lugares donde una persona ve tiranosaurios o hadrosaurios, yo tiendo a apreciar el producto de millones de horas de dedicación. Lo que la mayoría de la gente no conoce es que, para que un fósil pueda ser expuesto al público, o estudiado por un investigador, se han requerido cientos o incluso miles de horas limpiándolo y puliéndolo. Y aunque pueda sonar como un trabajo tedioso y soporífero, se desprende una tranquila felicidad de esta línea de trabajo. Estamos yo, mis herramientas, y un descubrimiento que aguarda ser descubierto».